Al día siguiente, ya en Astorga, nuestra primera visita en la mañana será a un taller a arreglar el radio de la bici de Juan Carlos.
El arreglo nos demora en la salida y la jornada que nos espera no es tan larga en kilometraje (unos 88 km), pero debemos ascender a la Cruz de Hierro.
En Rabanal del Camino nos detenemos para nuestro ya tradicional redesayuno. En este caso damos cuenta de un buen plato de espaguetis. Hay que aprovisionarse de energía.
Poco a poco vamos con la ascensión, que es bastante larga y con alguna rampa de hasta el 19% en la que nos encontramos con otro biker de Mérida.
En el alto de la Cruz de Hierro (o Fierro), es tradicional depositar una piedra. Para eso hay que acarrearla previamente y no estábamos para esas cosas. Con una foto nos damos por satisfechos.
Iniciamos el descenso con algún que otro traicionero repecho que nos permite ya avistar en la lejanía Ponferrada.
En la bajada, Juan Carlos pincha y nos detenemos para reparar la rueda.
En pleno descenso encontramos un pueblín muy bien acomodado para los peregrinos, El Acebo, y en uno de sus restaurantes nos decidimos a comer. Antes un pequeño relajo en las hamacas de su terraza.
Algo de proteína y alguno que se abalanza sobre el dulce de postre. Cinco días en el camino y se van perdiendo las formas.
Nos vamos acercando poco a poco a Galicia y el paisaje comienza a cambiar drásticamente. Los ríos son ya más caudalosos y el acento cada vez más cerrado.
Mientras Juan Carlos arregla el nuevo pinchazo de su bicicleta, Victor y Oscar aprovechan a refrescarse en el rio.
Las calles engalanadas de flores de este pueblín en el que Juan Carlos decide ponerse manos a la obra con su rueda.
La bici también toma su descanso.
Ahora en Cacabelos, donde hay afición al salto al rio desde el puente y a la posterior escalada por las paredes del propio puente.
Finalmente, a las 20.30h, llegamos a Villafranca del Bierzo. Mucho sube y baja con una distancia acumulada de casi 90km y un desnivel de 1.200 metros que nos deja un poco tocados.
Vamos a cenar a la plaza del pueblo un buen codillo en unos casos y un botillo en otros. Vamos a celebrarlo. Hemos conseguido llegar a la frontera con Galicia y convencer a la señora del hostal que nos lave la ropa, aunque nos ha insistido varias veces con un profundo acento gallego: “… es que yo no me dedico a esto…”
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