8:30: El cabo Rodríguez, en eterna imaginaria, nos toca, en otras cosas, diana para que auxiliemos a un extraño
trío que a la postre nos acompañaría, a modo fantasma, durante las siguientes
etapas, proporcionándoles apoyo logístico, es decir: un par de parches.
8:35: El cabo Rodríguez vuelve a tocar diana, esta vez sobre la oreja de Nacho,
arrancándole de los brazos de Morfeo.
"Esto no está incluido, tenéis que pagarlo aparte" es de nuevo la
respuesta al solicitar el desayuno, por lo que, tirando la toalla, decidimos
abandonar el hostal en busca de otro establecimiento donde nos recibieran con
diferente monserga..., es durante este trayecto cuando apreciamos que el día se
despertaba frío y ventoso, obligándonos a rescatar de las alforjas, las
rebequitas de ganchillo.
Una vez desayunados, arrancamos la jornada afrontando una sucesión de repechos
que nos traslada lentamente a las tierras altas del Mar del Norte, haciéndonos
sentirnos cual guerreros escoceses, liderados por Juanqui Wallace y rodeados de
idílicos paisajes, lagos donde en cualquier momento podríamos haber avistado a
Nessie, e infinitas y verdes praderas vislumbradas a través de inmensos mantos
de nubes, de los que dimos buena cuenta fotográfica. Un entorno sobrecogedor
cuya magia se esfumó gracias a nuestro estimado Berni (alias "novio en la
boda/muerto en el entierro"), reclamando su dosis diaria de atención
con una "presunta" pérdida del tornillo de una de sus calas...
Y como todo lo que sube, queramos o no, baja, comenzamos el descenso por una
senda intransitable, repleta de piedras sueltas de pizarra en la que Javi y
Estevez hicieron alarde de su experiencia y profesionalidad en la modalidad
"descenso con pánico". Y hablando de profesionalidad, la que demostro
la pareja más dandy del "terruño" compuesta por Sir Víctor y Sir
Rodríguez (sin desmerecer, Berni) pinchando al unísono, optimizando la cuota de
tiempo destinada a averías.
Antes de encarar el puerto más complicado de la jornada, cumplimos el ritual de
redesayuno en Laza, para esta ocasión elegimos un establecimiento más
propio de la Andalucía profunda, atendiendo al salero de sus regentes, y ya que
hablamos de andaluces, al retomar el camino y comenzar a subir el puerto de
Soutelo Verde nos encontramos con el grupo del sur, cuyo infante nos "tira
el guante", poniendose a la rueda de Berni (¡ese afán protagonista!) que
al descubrir su sombra huye despavorido dejándole con la palabra en la boca. El
"orgullo Cantibiker" está herido de muerte, y se desatan los instintos
más primarios, como los de Javi, que después de arrancarle los ojos al chaval,
intentó ser su perro lazarillo. El estado del aguerrido infante quedó tan
mermado, que una vez coronado el puerto, utilizó el tiempo de espera a sus
acompañantes, para girar compulsivamente sobre su propio eje, cuál patinadora
sobre hielo, jugándose una medalla de oro.
Para variar, y siguiendo la buena constumbre Cantibiker, nos dispusimos a
localizar ubicación para el avituallamiento. Como Judas a Jesus, tres veces nos
negaron, hasta que una buena samaritana se apiadó de nuestro principio de
inanición, aún estando en capilla, a apenas 24 horas del enlace de su retoña, y
nos agasajo con un banquete inolvidable a base de huevos, morcilla y tomate,
exquisito, al igual que su atención.
Retomamos ruta, y un par de horas después llegamos a Orense, con destino a
boxes para una sesión de "restauraciones varias".., que si me cambio
de neumáticos, que si me miras los frenos..., un lavado de cara de nuestras
monturas para recibir con algarabia a nuestros añorados Presi y Curro, con
quien compartiremos el resto del Camino hasta nuestro santo destino, Santiago.
“El último que llegue tonto”